Perla Oropeza / Finsat
¿Quién dijo frío? Nueva York vive en esta época temperaturas bajo cero, pero su febril actividad no decae y, mientras la nieve se apodera paulatinamente de calles y parques, los rascacielos, marquesinas y anuncios publicitarios dan un abigarrado esplendor y calidez a la urbe.
El corazón de Manhattan nunca duerme. Teatros, cafeterías y tiendas permanecen abiertos hasta muy avanzada la noche, que en estos días comienza a las cinco de la tarde.
Podrá desplomarse el termómetro en Nueva York, pero siempre hay algo que hacer y ver. Equipados con ropa térmica, un buen abrigo, gorro, bufanda, guantes y un par de botas cómodas, los turistas pueden disfrutar de largos paseos por las grandes avenidas de la llamada gran manzana.
Broadway y la Quinta Avenida representan, cada una a su modo, lo que es esta metrópoli. En la primera, los teatros con las mejores obras de Estados Unidos, una gran variedad de restaurantes y de centros de diversión de todos los signos y estilos, organismos financieros y, por supuesto, tiendas, muchas tiendas.
En la Quinta Avenida no sólo están las boutiques, galerías y almacenes llenos de glamour que la convierten en la calle comercial más cara del mundo, sino también el Empire State, que con la tragedia del 11/S recuperó su lugar como el edificio más alto de la metrópoli; la catedral de San Patricio, que a pesar de su estilo gótico encaja a la perfección con el paisaje, y la llamada milla de museos, entre los que destacan el Metropolitano de Arte y el Guggenheim. A sólo unos pasos de esta avenida, se ubica el Museo de Arte Moderno, que en su 75 aniversario luce completamente renovado y alberga en sus salas más de 100 mil obras de arte de autores tan diversos como Picasso, Matisse, Salvador Dalí, Andy Warhol y Jackson Pollock. La entrada cuesta 20 dólares y los viernes, de cuatro de la tarde a ocho de la noche, el acceso es gratuito.
En Rockefeller Center se alza el famoso árbol navideño, un abeto de 25 metros de altura que carga con 30 mil luces de colores. Abajo, decenas de personas patinan sobre la pista de hielo que también es una tradición en el lugar. La historia del majestuoso árbol se remonta a la época de la gran depresión, cuando un grupo de obreros decidió colocar uno como símbolo de esperanza en aquellos momentos de crisis.
Si hay una ciudad que merezca el calificativo de cosmopolita, ésta es sin duda Nueva York, donde se escuchan los más variados lenguajes y todas las culturas se celebran. Para quien no habla inglés, nada resulta complicado. En hoteles, restaurantes, tiendas y cualquier esquina hay gente que habla español y que está dispuesta a ayudar a los turistas. Además, con la ordenada distribución de las vialidades es difícil perderse. En Manhattan las calles comunican al este y el oeste y las avenidas, al norte y sur. Hay sólo algunas diagonales, como Broadway, que reina sobre Nueva York como ninguna otra, con sus miles de anuncios luminosos y que en su intersección con la Séptima Avenida, ofrece a los visitantes la famosa Times Square, donde los neoyorquinos se reúnen el 31 de diciembre para dar la cuenta regresiva al año que empieza.
Quienes visitan por primera vez la ciudad, pueden recurrir a los turibuses, que por tarifas de 49 a 99 dólares por persona ofrecen recorridos diurnos y nocturnos por los más importantes sitios turísticos, durante dos o tres días, además de que incluyen pases para el museo de cera Madame Tussauds, el observatorio del Empire State o el ferry que lleva a la famosa estatua de la Libertad. Aquí es difícil no mantener la mirada al cielo. Los rascacielos, imponentes, encandilan con sus luces por la noche y parecen tocar el cielo durante el día. Subir al edificio más alto de la ciudad es una experiencia que no puede perderse, aunque también está la opción de disfrutar de la vista desde lo alto del Rockefeller Center.
En materia culinaria, Nueva York refrenda su cosmopolitismo. Todas las cocinas del mundo se reúnen y dificultan al visitante la elección. Pero hay opciones para todos los gustos y bolsillos: no por nada ésta es la capital mundial de la comida rápida.
Mientras se cuenta con la luz del día, un paseo por Central Park es quizá la forma más sencilla de comprender un poco la magia de la urbe de acero. Los árboles cubiertos de nieve, las ardillas corriendo de un lugar a otro, gente de todas la razas y culturas caminando sin prisa, apresurados mujeres y hombres de negocios con portafolios y elegantemente vestidos, vagos y menesterosos, niños patinando o corriendo, todo, dentro de una especie de oasis que no rompe con el entorno, sino que permite un respiro.
Zona cero
El único lugar que sigue provocando silencio es la llamada zona cero, donde estaban las Torres Gemelas derribadas el 11 de septiembre de 2001 y al que los visitantes observan, todavía conmocionados por todo lo que significó no sólo para los neoyorquinos, sino para todo el mundo: largos días de terror.